Bienvenido putinismo, fuera progresismo
Muchos ya creen que es Putin y no Obama quien está del lado de Dios
John R Schindler. Abril del 2014

 

Esta noción aún no es aceptada por muchos en Occidente, quienes parecen no entender la agenda de Putin. Entre los escépticos está el presidente Obama, quien descartó la idea de una nueva Guerra Fría con Rusia sobre la base de que Putin no tiene ideología, por lo cual no hay nada por qué luchar. Como lo dijera recientemente Obama, "No estamos entrando en otra Guerra Fría. Después de todo, a diferencia de la Unión Soviética, Rusia no encabeza ningún bloque de naciones. No hay una ideología global. Los Estados Unidos y la OTAN no buscan ningún conflicto con Rusia."

 

Si bien es cierto que los EE.UU. y la OTAN no buscan confrontar a Rusia, vale la pena recordar la frase de Trotsky de que es posible que no estés interesado en la dialéctica, pero la dialéctica está interesada en ti. Respecto del resto del discurso de Obama, simplemente está mal, y eso importa, porque los EE.UU. y muchos de sus actuales aliados son incapaces de percibir el conflicto ascendente con Rusia y sus amigos por lo que en verdad es. Y es difícil concebir una contra estrategia cuando un lado ni siquiera entiende lo que está en juego o los temas en discusión.

 

El putinismo está bastante lejos del marxismo-leninismo que animaba a la Unión Soviética, sin importar los sovietismos de Putin y su desembozado afecto por algunos aspectos de la URSS. Dicho eso, hace bien recordar que la ideología soviética, tal como se la practicaba, era un edificio bastante rejuntado que sólo tenía coherencia intelectual si estabas firmemente colocado dentro de la burbuja.

 

Voy a explayarme sobre lo que en verdad es el putinismo, pero antes de hacerlo, es importante entender por qué el presidente Obama e incontables occidentales no pueden ver lo que está directamente frente a sus ojos. Putin y el Kremlin parlotean activamente su propaganda y no hacen nada en absoluto por ocultarla, y sin embargo no podemos descifrarla.

 

 

Esto es sencillamente porque somos WEIRD (raros). Es una forma abreviada de las ciencias sociales para decir "Western" (Occidentales), "Educated" (Educados), "Industrialized" (Industrializados), "Rich" (Ricos) y "Democratic" (Democráticos), y nadie es más WEIRD que los norteamericanos. En las últimas décadas muchos norteamericanos, y en particular todas nuestras elites, han internalizado una visión del mundo basada en la prosperidad, el individualismo y el secularismo que nos vuelve únicos, hablando globalmente. Tanto es así que parecemos incapaces de comprender que de hecho existen puntos de vista en contraposición allá afuera.

 

En virtud de sus diversos antecedentes étnicos y religiosos y su educación elitista, Barack Obama es casi un modelo ideal del segmento demográfico WEIRD, ya que encarna tantas cosas que los WEIRDS admiran: prosperidad, diversidad, concepciones sociales progresistas, etcétera. Se acerca mucho a ser casi el norteamericano posmoderno perfecto, siendo quizás por eso que tantos norteamericanos de esa inclinación lo adoran tanto. Es así que cuando el presidente Obama dice que no detecta rivalidades ideológicas con la Rusia de Putin, indudablemente dice la verdad tal como él la ve.

 

Los norteamericanos de todo tipo tienen una habilidad bien agudizada para ignorar los hechos inconvenientes, y nuestros ciudadanos mejor educados parecen ser particularmente proclives a eso (como lo he notado con nuestra incapacidad "experta" para percibir lo que cree Corea del Norte, aún cuando ellos no son tímidos al respecto). En el fondo, sospecho que Obama y muchos norteamericanos se niegan a aceptar la realidad descarada de Putin y de su régimen porque representan una versión pasada de nosotros, atrapada en visiones retrógradas que son completamente inaceptables para nuestras elites, y por lo tanto pretenden que no existen porque de hecho no existen en su mundo.

 

Para simplificarlo, Vladimir Putin es de lo que están hechas las pesadillas progresistas occidentales porque es lo que ellos creyeron que habían superado. Es un hombre tradicional con nociones "atrasadas" sobre básicamente todo: relaciones de género, raza, identidad sexual, el uso de la violencia, todo el paquete retrógrado. En cierto nivel, Putin es el Viejo Hombre Blanco que los posmodernos temen y aborrecen, excepto que éste controla el país más grande de la Tierra junto con varios miles de armas nucleares... y nos odia.

 

Por supuesto, da la casualidad que esto también explica por qué algunos occidentales que detestan el posmodernismo positivamente aman a Putin, al menos a una distancia segura. Algunos occidentales de extrema derecha (el término exacto es "paleoconservadores") llevan años diciendo que Occidente, sobre todo conducido por los Estados Unidos, se ha vuelto irremediablemente decadente y han estado buscando un líder para contrarrestar todo esto y, dicho y hecho, aquí está él, el nuevo "líder del conservadurismo global". Algunos "paleocons" han declarado que, con el fin de la Guerra Fría, los Estados Unidos se han vuelto la potencia revolucionaria global, buscando imponer sus visiones posmodernas en todo el planeta, mediante la fuerza si es necesario, y que ahora la Rusia de Putin ha emergido como el elemento contrarrevolucionario. En esta narrativa, la Guerra Fría 2.0 ha invertido los bandos.

 

Soy escéptico respecto de todo esto, pero es importante remarcar que el posmodernismo en cuestiones culturales y sociales que se ha vuelto la norma en Occidente en las últimas dos décadas ha tenido un trabajo duro a la hora de echar raíces en Europa Oriental. Es un hecho extraño que el haber vivido bajo la Vieja Izquierda (es decir el marxismo-leninismo) ha inoculado a los europeos orientales contra buena parte de la Nueva Izquierda de la década de los sesenta y de años subsiguientes, con su énfasis en el género, la sexualidad y la raza. Los "Estudios Críticos" no llegaron lejos con gente que tuvo que vivir bajo la KGB; de hecho, en la década de los ochenta la policía secreta en el bloque oriental consideraba todo esto -y en especial todo eso del feminismo y de los derechos de los gays- como desviacionismos burgueses e importaciones occidentales subversivas. Desde 1990, los países occidentales han hecho esfuerzos concretos por exportar eso, pero se ha topado con mucha resistencia, y no ha dejado una buena impresión más allá de los círculos cultos; es por esto que cuando los occidentales cultos se encuentran con, digamos, polacos cultos, "ellos se parecen a nosotros", porque han aceptado textualmente lo que les hemos dicho que es normativo en una sociedad "desarrollada".

 

La resistencia al posmodernismo occidental a nivel cultural es apenas un componente del putinismo, aunque es uno importante. Lo que viene primero, sin embargo, es un énfasis en la soberanía nacional, lo que significa una visión más tradicional, de hecho westfaliana, del poder del Estado y de la no intromisión en los asuntos ajenos. El hecho de que Putin se haya robado a Crimea indica que las visiones de Moscú en este tema son altamente condicionales. Sin embargo, debe notarse que las rutinarias recitaciones de Putin sobre la necesidad de respetar la soberanía, que por supuesto están dirigidas hacia los Estados Unidos, país al que Rusia considera como un hipócrita de primer orden en los asuntos internacionales, son populares entre otras potencias regionales que temen al poder militar de los EE.UU., en especial China e India. Más aún, sin lugar a dudas Putin argumentaría que su captura de Crimea no es en absoluto una violación de la soberanía ya que para empezar Ucrania no es un país legítimo (no se le ha dado en el extranjero la atención que merecía a una entrevista del año pasado en la que Putin se refirió a Ucrania como un mero "territorio"). Para muchos rusos, todo esto cae dentro de la necesidad de restaurar el honor nacional tras los desastres de la década de 1990, y se las debe aplaudir vivamente. Adicionalmente, hay muchas personas en el mundo a las que no les gustan ni Putin ni Rusia, pero que están contentas de que alguien en algún lugar se plante ante la hegemonía norteamericana.

 

El nacionalismo también importa. Esta es una cuestión espinosa en Rusia, que posee unos 185 grupos étnicos reconocidos y muchas religiones, siendo los rusos étnicos sólo cuatro quintas partes de la población, una proporción que está en caída. Hasta hace poco, Putin había hecho un buen trabajo promoviendo el patriotismo estatal y una suerte de multiculturalismo moscovita que celebra a los ciudadanos de la Federación Rusa, de cualquier etnia o religión, siempre y cuando acepten el dominio del Kremlin; el hecho de que esto se parezca poco a las nociones occidentales posmodernas de "tolerancia" y "diversidad" debe ser obvio. Sin embargo, los etnonacionalistas rusos de línea dura, equivalentes locales de David Duke, han estado frecuentemente bajo arresto en la Rusia de Putin, que teme desatar disputas étnicas que podrían volverse explosivas con rapidez.

 

Sin embargo la reconquista de Crimea ha provocado un claro cambio de tono en Moscú, y la celebración del nacionalismo ruso de la vieja usanza se ha puesto de moda. En su discurso a la Duma anunciando la anexión triunfante de Crimea, al hablar de los rusos, Putin específicamente usó el término étnico (russkiy) y no el más inclusivo "rossiysky", que se aplica a todos los ciudadanos de la Federación Rusa. Esto vino entre cánticos a todo el programa de la Gran Rusia, con una visión Moscú-céntrica de Europa Oriental aparentemente respaldadas por menciones a grandes santos ortodoxos. De manera clara pero no explícita, esto encajó con la ideología de la "Tercera Roma", una mixtura poderosa de ortodoxia, misticismo étnico y tendencias eslavófilas que tiene una profunda resonancia en la historia rusa.

 

Los occidentales parecieron sorprenderse de toda esta cosa de la "Santa Rusia", pero Putin ha estado lanzando indicios nada sutiles durante años de que su ideología de Estado incluye buena parte de este pensamiento de "volver al futuro", enmascarado en piedad y nacionalismo. Los "expertos" occidentales continúan declarando que una gran influencia proviene de Aleksandr Dugin, un filósofo excéntrico que postula el "eurasianismo", una rara mezcla de teoría geopolítica y neofascismo. Aunque Dugin no es irrelevante, su estrella en el Kremlin se apagó hace una década, aunque tiene algo de atención del Kremlin porque su padre fue un general en la GRU. Mucho más importante a la hora de discernir la visión del mundo de Putin, sin embargo, es Ivan Ilyin, un pensador político y religioso ruso que huyó de los bolcheviques y que murió como emigrado en Suiza en 1953. En el exilio, Ilyin adhirió a un neotradicionalismo etnorreligioso, envuelto en mucha cháchara acerca de un "alma rusa" única. De manera pertinente, creía que Rusia se recuperaría de la pesadilla bolchevique y que se redescubriría a sí misma, primero espiritualmente y luego políticamente, salvando así al mundo. La admiración de Putin hacia Ilyin es indisimulada: lo ha mencionado en muchos discursos importantes y en 2005 hizo que su cuerpo fuese repatriado y enterrado en medio de gran pompa en el famoso monasterio Donskoy; Putin pagó de su bolsillo una nueva lápida. Y a pesar del hecho de que incluso los voceros del Kremlin destacan la importancia de Ilyin en la visión del mundo de Putin, han sido pocos los occidentales que se percataron de ello.

 

Sin embargo, deberían hacerlo, porque el putinismo incluye una buena medida de ortodoxia basada en Ilyin y nacionalismo ruso que van juntos como mano en guante, lo que sus promotores llaman "symphonia", que significa una unidad de estilo bizantino entre Estado e Iglesia, en patente contraste con las nociones norteamericanas de separación entre Iglesia y Estado. Aunque la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR) no es la religión oficial de derecho, en la práctica funciona como algo muy parecido, ya que disfruta de una posición privilegiada dentro y fuera del país. Putin ha explicado el rol central de la IOR al declarar que el "escudo espiritual" de Rusia (es decir su resistencia de base religiosa contra el posmodernismo) es tan importante para su seguridad como su escudo nuclear. Al mismo tiempo, las agencias de seguridad del Kremlin también han abrazado la ortodoxia, con el FSB promoviendo una doctrina de "seguridad espiritual" que se sintetiza en la IOR y los "servicios especiales" trabajando juntos contra Occidente y sus influencias malignas. Mientras que alguna vez los chekistas persiguieron a la iglesia con un fervor fanático, ahora es de rigor entre los oficiales de inteligencia rusos el ser religiosos, al menos públicamente. El FSB ha mantenido básicamente el logo de la vieja KGB, el famoso "espada y escudo", con San Jorge matando al dragón en donde antes estaba la vieja estrella roja.

 

Desde luego, Putin es un creyente público, y si bien hay escepticismo expresado en Occidente acerca de cómo este funcionario de nivel medio de la KGB se convirtió repentinamente en un ortodoxo piadoso, está claro que sin importar lo que crea en privado, el régimen de Putin se beneficia de la asistencia que la IOR le da a su ideología estatal neotradicionalista. El Patriarcado de Moscú, para referirse a la conducción de la IOR por el término correcto, no ha sido para nada tímido en su apoyo a Putin y su Kremlin, ofreciendo repetidas expresiones de lo que cree exactamente acerca de Occidente, y frecuentemente de manera muy vehemente.

 

La propaganda de la IOR muestra a un Occidente que decae hacia su muerte a manos de la decadencia y del pecado, enmarañado en una incredulidad confusa, aburrido y fracasando incluso a la hora de reproducirse. El Patriarca Kirill, cabeza de la Iglesia, explicó recientemente que la "principal amenaza" para Rusia es "la pérdida de la fe" al estilo occidental. Las prácticas de las "minorías sexuales", para usar la expresión del Kremlin para los estilos de vida de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales, reciben críticas feroces. El padre Vsevolod Chaplin, vocero del Patriarcado de Moscú en estos temas, explicó que la homosexualidad "es uno de los pecados más graves porque cambia el estado mental de las personas, hace imposible la creación de una familia normal, y corrompe a la generación más joven. A propósito, no es casualidad que la propaganda de este pecado esté dirigida a los jóvenes y a veces a los niños. Priva a las personas de la felicidad eterna". Más aún, explicó Chaplin, el triunfo del matrimonio homosexual significa que a Occidente no le quedan ni cincuenta años antes de su colapso, y que entonces le tocará a Rusia salvar lo que se pueda salvar, para "volver cristiana a Europa una vez más, es decir, regresar a los ideales que alguna vez hicieron a Europa”.

 

Los activistas gays en Occidente se han aferrado a todo esto, pero es importante destacar que la prohibición rusa de la "propaganda homosexual" debe ser vista como parte de un asalto de máxima amplitud de la IOR, y por tanto del Kremlin, contra los valores posmodernos occidentales. (Los occidentales no parecen notar que las leyes antihomosexuales de Rusia son tibias en comparación con muchas que rigen en el mundo islámico y en África, y que Moscú continúa teniendo una pujante vida LGBT.) El putinismo rechaza el feminismo de corte occidental con tanta fuerza como lo hace con la homosexualidad. Como lo explicara recientemente el Patriarca Kirill, "considero a este fenómeno llamado feminismo como muy peligroso, porque las organizaciones feministas proclaman la pseudo-libertad de la mujer, que debe manifestarse primero fuera del matrimonio y fuera de la familia", a lo que le agregó que no es coincidencia que la mayoría de las líderes feministas sean solteras y sin hijos.

 

Al margen de la fe, no es difícil ver por qué Putin quiere combatir valores occidentales basados en el individualismo en materia sexual que han conducido sin lugar a dudas a tasas de natalidad más bajas, que es algo que Rusia, que ya está enfrentándose al desastre demográfico, no puede permitirse. La mismísima existencia del país está en juego, y por eso no podemos esperar que Putin retroceda en esto, especialmente porque puede de hecho creer en todo esto como cuestión de fe, y no sólo como conveniencia natalista.

 

Occidente, y en especial los Estados Unidos, han ayudado a provocar esto mediante la promoción activa del posmodernismo que Rusia ahora rechaza. No es un producto de la imaginación de Moscú el hecho de que el Departamento de Estado de los EE.UU. promueve el feminismo y el activismo LGBT, al menos en ciertos países. Cuando Washington D.C. considera la realización exitosa de desfiles del orgullo gay como un indicador clave de "progreso" en Europa Oriental, con el pleno apoyo de los diplomáticos norteamericanos, no nos debería sorprender cuando el Kremlin y sus simpatizantes se muevan para contrarrestar esto. Mis amigos en Europa Oriental, la mayoría de los cuales están cómodos con los derechos de los gays y el feminismo, me han remarcado a pesar de todo en muchas oportunidades que es curioso que el Gobierno de los Estados Unidos promueva esas cosas en países pequeños y pobres de Europa Oriental a los que puede intimidar, pero nunca en, digamos, Arabia Saudita.

 

Más aún, permanece la cuestión de qué tan universales son los valores posmodernos de Occidente más allá de las élites educadas. Hay gran evidencia de que muchas personas corrientes en Europa Oriental que le temen a Rusia están sin embargo más cerca de las posiciones del Kremlin en materia cultural que de las de los EE.UU. En Georgia, donde el odio a los rusos en general y a Putin en particular es universal, la resistencia a los derechos LGBT y al feminismo sigue siendo profunda y extendida, con el apoyo de la Iglesia Ortodoxa, a la vez que lo mismo se puede decir de Moldavia, donde hay temor agudo a una invasión rusa, pero también a los valores sociales de Occidente. Tampoco está limitada esta resistencia al Este. Se la puede hallar también en Europa Central, entre miembros de la OTAN y de la UE. En Polonia, la Iglesia Católica continúa resistiéndose a los valores sexuales posmodernos (a los que se refieren colectivamente como "género", es decir la suma de feminismo con derechos gays), lo que ha llevado a un obispo a calificarlos de "una amenaza peor que el nazismo y el comunismo juntos". La Croacia fuertemente católica ha rechazado en diciembre último el matrimonio homosexual por un margen de dos tercios, para espanto de los progresistas de toda Europa. Uno de los grandes tópicos del Kremlin y de la IOR es que Rusia representa el consenso global real en estos temas, mientras que Occidente es el excéntrico decadente. Su posmodernismo, proclamó recientemente el padre Chaplin, "es cada vez más marginal", agregando que "no puede ponerse a la altura de los desafíos actuales", mientras que las civilizaciones cristiana ortodoxa, china, india, latinoamericana y africana comparten valores opuestos y jugarán un rol activo en la construcción de relaciones pacíficas entre sistemas civilizacionales. Dadas las recientes tendencias globales en cuestiones sexuales, con la India y países africanos sancionando duras leyes contra los gays, vale la pena considerar si Moscú tiene algo de razón.

 

Estamos entrando en una nueva Guerra Fría con Rusia, lo querramos o no, gracias a las acciones de Putin en Ucrania, que no son ni remotamente el objetivo de la política exterior que conduce el Kremlin. Mientras Occidente siga pretendiendo que no existe un componente ideológico en esta lucha, no entenderá lo que está ocurriendo. Para expresarlo de manera simple, Putin cree que su país ha sido victimizado por Occidente durante dos décadas, y está rechazándolo a la vez que busca socios. Tendremos muchos aliados para resistir la agresión rusa si nos enfocamos en cuestiones de libertad y soberanía, defendiendo el derecho de los países más pequeños a escoger su propio destino.

 

Sin embargo, hacer demasiado énfasis en asuntos sociales y sexuales, es decir indicarles a los países cómo deben organizar sus sociedades y familias, será estratégicamente contraproducente. Algunos norteamericanos ya creen que es Putin y no Obama quien está del lado de Dios en esta lucha, y esto sólo empeorará conforme Europa lleve al poder a más partidos de extrema derecha, muchos de los cuales sienten comprensión hacia el Putinismo, y algunos están secretamente en la nómina del Kremlin. Si escogemos resistir a Rusia porque Putin rechaza los derechos de los gays y el feminismo, tendremos menos aliados y partidarios que si nos enfocáramos en cambio en temas de soberanía y dignidad nacional. La elección es nuestra. La Internacional proclamó célebremente que "esta es la lucha final" (c’est la lutte finale), y quizás nos hallemos ahora en ese mismo conflicto; no hay dudas de que los occidentales posmodernos sienten que sus creencias sociales son el punto final de todo el desarrollo humano, y pronto descubriremos si ellos tienen razón. El primer paso es aceptar que de hecho somos los WEIRD.